El laboratorio del miedo es dirigido por el neurocientífico y también rockero, Joseph LeDoux, con él colaboran 15 trabajadores tratando de descifrar por qué, una persona se paraliza cuándo ve un perro, se traumatiza por un huracán o se queda muda al intentar hablar en público.
Lorenzo Días-Mataix identificó los mecanismos cerebrales que convierten las experiencias desagradables en recuerdos, que permanecen por años.
Díaz Mataix se sumergió en el cráneo una gran cantidad de ratas, así como en el de los humanos, donde se esconde la amígdala, un diminuto espacio con la dimensión de una almendra, en la que se almacena el miedo, supuestamente, ahí se guardan por muchos años recuerdos de vivencias y experiencias traumáticas sufridas a lo largo de la vida, por ello, el grupo de rock de LeDoux posee el nombre “The amygdaloids”.
En 2010, se evidenció el caso de una mujer estadounidense de 44 años de edad, con la amígdala dañada por una extraña enfermedad genética, esta mujer era incapaz de sentir miedo, varios psicólogos siguieron su rastro por más de 20 años, la rodearon de serpientes y arañas venenosas, vieron películas de terror con ella, la acompañaron a lugares habitados, supuestamente por fantasmas, y nada, ni siquiera sintió miedo cuando un yonqui le puso un cuchillo en la garganta mientras caminaba por un parque.
La investigación de Mataix parte de una hipótesis postulada en 1949, por el psicólogo canadiense Donald Hebb: “Dos células o sistemas de células que están repetidamente activas al mismo tiempo, tendrán que convertirse en asociadas, de manera que la actividad de una facilitará la otra”, esto quiere decir: las neuronas de la amígdala del cerebro humano que se excitan eléctricamente, luego de un ataque por un perro, permanecen en conexión por años, por tanto, son puentes eléctricos que se refuerzan, eso representa el esqueleto del recuerdo.
Mataix y su equipo han demostrado que la teoría de Hebb es correcta, por lo menos en el cerebro de los mamíferos.
Su experimento es una versión sofisticada del célebre perro de Pávlov, un perro ruso que se acostumbró a escuchar un metrónomo antes de comer, y ya salivaba cada que escuchaba el sonido del tic tac, aunque no hubiera alimento.
Un investigador del instituto RIKEN de Ciencias del Cerebro, en Japón, sometió decenas de ratas a un pitido de 20 segundos, rematado por una descarga eléctrica de medio segundo , desde ese momento las ratas se quedaban paralizadas cada que escuchaban ese sonido, pues en su cerebro se grabó el miedo a la chispa de electricidad.
Ahí dio inicio la sofistificación del experimento, gracias a la técnica conocida como optogenética. Los investigadores colocaron genes de algas sensibles a la luz, a bordo de virus, que funcionan como transportadores microscópicos, y eran inyectados en cráneos de ratas.
Una vez que se insertaban en las neuronas de los roedores, los genes producían una protéína que funciona cual interruptor de la célula, activándola y desactivándola en función de ráfagas de luces láser que los científicos enviaban.
Las ratas que tenían la amígdala cerebral apagada no lograban recordar el chispazo, y no tenían conexiones reforzadas entre sus neuronas.
El neurocientífico señala que las personas que han vivido guerras, accidentes graves, violaciones o catástrofes naturales, continúan sintiendo miedo y estrés, una vez que ya vivieron el peligro.
Los científicos trabajan desde hace años en intentar borrar los malos recuerdos, esto por medio de un proceso llamado “reconsolidación de la memoria”.