En muchas mitologías, el cuervo es reverenciado y a la vez temido, pues para muchas personas su presencia augura un mal presagio. Esta ave, extremadamente oportunista, se caracteriza por comer casi cualquier cosa, como carroña, insectos, residuos alimenticios, cereales, bayas y pequeños animales.
A pesar de todo, es considerado uno de los animales más inteligentes sobre la faz de la tierra, poseyendo uno de los cerebros más grandes de todas las especies de alados. Esto explica comportamientos únicos, como la manera en que dirigen a otros animales para que trabajen para ellos; los lobos y coyotes, son llamados al lugar de su potencial carroña.
Lo que hasta la fecha se desconocía, es la razón por la cual estas aves se congregan ruidosamente alrededor de sus congéneres fallecidos. El comportamiento, observado en numerosas ocasiones por la comunidad científica, intrigó a Kaeli N. Swift, etóloga de la Universidad de Washington, quien decidió llevar a cabo un experimento para comprender el meollo del asunto; los cuervos, han logrado aprender de la muerte, recopilando información que pueda ser una amenaza para su propia seguridad.
El trabajo de la experta consistió en esparcir comida durante varios días consecutivos, en un punto determinado, obligando a las aves a congregarse en el lugar en búsqueda de alimento. Más tarde, llegaría de nuevo, pero ahora con una máscara de látex para evitar ser reconocida, con un ejemplar muerto del ave entre las manos, para examinar su comportamiento.
Lo que observó la etóloga, fue que los cuervos arremetían contra ella cuando pasaba a dejar el alimento con la máscara puesta, y por el contrario, si se acercaba con las manos vacías y sin cubrirse el rostro, las aves no la hostigaban, aunque se alejaban y no volvían hasta comprobar que no había nadie.
El trabajo de la científica pudo determinar que los cuervos habían logrado interpretar la presencia de sus congéneres muertos, como un peligro potencial, y que los graznidos ruidosos, podrían ser una forma de compartir la información con el grupo.
Al cabo de seis semanas, muchos pájaros seguían hostigando a los visitantes, aun cuando se acercaban con las manos vacías; los voluntarios que llevaban máscaras desconocidas, por el contrario, recibían hostilidades en muchas menos ocasiones. Además, la investigadora comprobó que, durante los días posteriores al experimento, las aves tardaban bastante más tiempo en acudir al lugar en busca de comida.
Del experimento, se ha logrado concluir que los cuervos aprendieron a asociar la máscara con el peligro, lo que en términos académicos podemos definir como aprendizaje social; se gana conocimiento mientras se imita a los demás.
“Se trata de animales que viven en grupos sociales y de los que sabemos que tienen habilidades cognitivas más avanzadas… resulta sorprendente pensar que un cuervo, un ave, pueda hacer algo de lo que, hasta donde sabemos, tan pocos animales son capaces”, sostiene Swift.