Cuando estamos atrapados en la cotidianidad del día a día y nuestra forma de vida se vuelve rutinaria, esa repetición constante de ver las mismas casas y edificios en nuestro camino al trabajo, las mismas calles que cruzar, nuestra forma de comer, incluso las mismas personas que como nosotros van vestidas de la misma forma, se vuelve ordinario. Una infinidad de detalles que están delante de nosotros se vuelven imperceptibles.
Pero cuando decidimos despejarnos y tomarnos unos días, todo cambia. ¡Qué emoción!, ¡nos vamos de vacaciones!, es lo que decimos cuando el plan de salir de viaje a algún lugar nos llena de alegría.
Esa emoción de viajar despierta en nosotros la curiosidad de estar atentos a cada pequeño detalle como si fuera la primera vez.
Llegar a un lugar desconocido, explorar y convivir con gente nueva, comer la comida típica del lugar, encontrar nuevos animales para observar, estar en lugares hermosos, aprender y, ¿porqué no?, enamorarse, todo eso adquiere un significado totalmente distinto.
Pero, ¿qué pasa cuando nuestro sueño llega a su fin? La cruda realidad aparece y entonces el síndrome postvacacional se apodera de nosotros. El desánimo, la falta de energía, la apatía, la falta de sueño, irritabilidad y/o tristeza forman parte de nuestro regreso a lo cotidiano.
Parecería un síntoma sin importancia, pero sí existe, es un estado de malestar genérico que afecta a buena parte de la población.
Superar el síndrome postvacacional será más fácil de lo que pensamos; salir a tomar algo por la tarde, consentirnos un poquito, encontrar momentos recreativos, hacer ejercicio, prestar atención a las cosas que nos gustan, salir de paseo el fin de semana, todo eso hará que no perdamos la admiración por las cosas pequeñas.
Agradecer lo que tenemos centrará nuestra mente en lo positivo y sin darnos cuenta ya estaremos nuevamente planeando otras vacaciones que, sin duda, serán un vuelve a la vida dentro de la pesada rutina.
Fuente: El síndrome después de las vacaciones