Las groserías alivian el dolor

Decir groserías quizá nos haga parecer sin educación, corrientes y de poca confianza, como nos lo han hecho creer nuestros padres.

Desde muy niños comenzamos a decir malas palabras, incluso antes de los 6 años, pero es ahí cuando la educación entra en juego y dependerá qué tanto o cada cuándo las digamos.

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Estudios demuestran que decir groserías aumenta la capacidad para cambiar la actitud o comportamiento de una persona, sobre todo cuando se dicen de manera sorpresiva, según el psicólogo Richard Stephens.

Es posible que decir palabrotas involucre una parte completamente distinta del cerebro al resto del vocabulario. La mayoría del lenguaje se ubica en la corteza y el hemisferio izquierdo del cerebro, mientras las groserías podrían estar asociadas a un área más vieja y rudimentaria de ese órgano.

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Claro está que las diferentes palabras groseras constituyen un tabú que varía de cultura en cultura, como por ejemplo:

«El mito de que el idioma japonés no contiene groserías», dice Melissa Mohr, autora del libro sobre groserías. «No sólo hay palabras groseras para casi todo, los japoneses tienen muchos insultos relacionados con perder la dignidad. Así que llamar a alguien tonto -baka- es mucho peor en japonés que en inglés o en español».

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Al decir palabrotas no sólo nos comunicamos verbalmente, sino que damos una respuesta emocional que nos permite expresar rabia, disgusto o dolor.

Fuente: Groserías

@10DedosDeFrente

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